31 jul 2007

Ciao Antonioni, ciao Bergman!


Toda muerte,
aun esperada,
es la muerte primera.
¿Cómo he de ver
una luna
dormida en cada piedra?

Mahmud Darwish




Vaya, qué fin de julio este. En una feliz coincidencia (viejos amigos encontrándose fuera de este mundo) se han ido dos de los últimos grandes cineastas de la segunda mitad del siglo XX. Ahora le tocó el turno a Michelangelo Antonioni, otro autor del arte cinematográfico que realizó con fortuna un análisis acucioso y sensible de la condición humana contemporánea. Entre la introspección y la reflexión sobre las relaciones humanas, coincide en más de dos tangentes con su par Ingmar. La noche, La aventura, El eclipse, Desierto rojo, Blow Up, Identificación de una mujer, Zabriskie Point... conforman parte de su notable filmografía.

En otro momento ahondaré en este director con una obra siempre novedosa. Sólo quería hacerlos partícipes de mi luto cinefílico. Aquí la necrológica del New York Times.

A vivir, a morir...

30 jul 2007

A través de un vidrio clarísimo: responso por Ingmar Bergman


La muerte, como un acorde cristalino,
como un arpegio permea
y sostiene al tiempo.
Como una sombra lo extiende, le da volumen.

Coral Bracho

La muerte y su presencia irremisible fue uno de los grandes centros de exploración del cine y el teatro de Ingmar Bergman (1918-2007). El silencio divino (su extinción, pues) y el humano y las contradicciones de la fe y costumbres impuestos por el cristianismo sellaron su búsqueda ética-estética. Autor radical, su obra cinematográfica constituye una de las aproximaciones más convincente a los hilos, entramados, sombras del escenario de la vida humana. Formado bajo una profunda tradición religiosa protestante, elaboró un retrato múltiple y exhaustivo del alma y sus insondables resquicios, una crítica de la cultura europea, y una deconstrucción perdurable del ser y sus fracturas habituales. Esta mirada ha permitido observar y comprender al género humano moderno de otro modo.

Mi encuentro con lo bergmaniano ocurrió ha tiempo. No contaría más de catorce años cuando recuerdo haber visto en casa de mi padre -que no comprendido- El séptimo sello (1957). Bastaron unas cuantas secuencias para seducirme. A partir de ahí, mis representaciones tempranas de la muerte estarían marcadas por la de Bergman. Como la célebre "partida de ajedrez del caballero y la muerte", otros momentos de dicha película regresarían con constancia a mis evocaciones, conformando desde entonces parte de mi imaginario. Luego de un par de revisiones, la impronta de esta película sobre la soledad esencial, la fe -la ausencia de Dios- y el desencanto existencial se ahondó en mi memoria. (Otro de los descubrimientos precoces de esa época, también en la casa paterna, fue 2001: Odisea espacial; el mismo arrobo ante imágenes bellísimas e inquietantes pero igualmente incomprensibles.)




En Oaxaca tuve la suerte de asistir a un cineclub (en esa entonces "del MACO", ahora "El Pochote"), cuyos ciclos mensuales me formaron fuera de los tentáculos -en ese entonces- de Videocentro y anexas. Ahí descubrí parte mínima de su obra fílmica cuando le dedicaron un mes a revisar títulos representativos (entre ellas, por supuesto, El séptimo sello). Joven e impresionable, ignorante pero receptivo como era, me deslumbraron, desconcertaron, emocionaron, intrigaron El silencio (1963), A través de un vidrio oscuro (1961), Sonata de otoño (1978). Sobretodo El silencio y su atmósfera clasutrofóbica, su pausada poesía en cada encuadre, rezumando una sensualidad apenas advertida a mis diesciséis. ¡Qué decir del tremendo tour de force psicológico, entre la madre y la hija (actuaciones impecables de Ingrid Bergman y Liv Ullman, respectivamente) en la agria Sonata de otoño? Recuerdo vívidamente también los sentimientos detonados por Fanny y Alexander (1982) -coraje contra el torturador de infantes, cura y esposo torvo-, una de las grandes revelaciones que me ha ofrecido la historia del cine (y en donde -como ya han anotado varios- se amalgaman sin mácula la obra de arte con el espectáculo cinematográfico en todos sentidos).

En años más recientes pude ver en 35 mm varias películas desconocidas de Ingmar Bergman, que me confirmaron lo ya sabido: una de las miradas insustituibles del arte cinematográfico -y una de mis referencias ineludibles al hablar del resbaladizo "grandes directores". Así se sucedieron Un verano con Mónica (1953) y la primera mirada (la muy oscura de Harriet Andersson) que interpela al espectador, marcando uno más de los quiebres del cine llamado moderno, en contraposición al clásico; Sonrisas de una noche de verano (1955), historia sobre el amor en clave de comedia, en absoluto ligera, nos habla de modo punzante de la burguesía decimonónica; Tres mujeres o Tres almas desnudas (1958), reflexión breve sobre las implicaciones tortuosas de la gestación y nacimiento de vidas humanas; Fresas salvajes (1957) y la irrupción meditativa sobre la finitud y su olvido y la consecuente soberbia de los aún vivos; El rostro (1958), con un Max von Sidow indeleble, relato que disuelve lo real de lo fantástico (todo está adentro de nuestras cabecitas, nos susurra); La pasión de Anna (1969), misteriosa obra de cámara alrededor de sus temas caros (toda la incomprensión y silencio posibles entre seres que dicen -o creen- amarse, la ausencia de Dios) que junta a cuatro de sus predilectos: L. Ullman, B. Andersson, Von Sidow y E. Josephson en la isla de Färo; Persona (1966), obra mayor, inasible, que merece un tratamiento aparte; Gritos y susurros (1972) otro peliculón: manejo espléndido de actrices, drama desgarrado como pocos, clautrofóbicamente burgués, demasiado humano; en esta obra Bergman alcanzó una de sus cimas más críticas del estado actual de cosas: relojes sincronizados con el dolor supurante; Escenas de un matrimonio(1973), agridulce reflexión sobre esta institución en crisis perpetua y sus nervaduras más desagrables; además asistimos a un tête a tête de Ullman y Josephson inmejorable. [...] Aquí una breve filmografía revisada



Ellos, los muertos, nos miran con sus ojos ahondados,
con su encendido corazón, y un desconcierto de niños,
un sobresalto desolado nos toca,

una tristeza oculta.

Coral Bracho

Recordemos cómo logró Bergman, en Persona (1966), fundir el rostro humano con la expresión más contundente de la nada, según Gilles Deleuze en Imagen-Movimiento. Los rostros de Elizabeth Vogler y Alma (de nuevo Liv Ullmann y Bibi Andersson) llenan la pantalla y transmutan, en todo instante, los sentidos posibles de esta película inagotable y plurivalente, como toda obra de arte genuina. Aquí de nuevo se impone el silencio, la disolución. La narración se rompe, bifurca. Secuencias reposadas en cascada calma. El silencio voluntario de una es llenado por la apertura y elocuencia de la otra; sólo a partir de este juego descubrimos que el diálogo será posible. Sólo cuando las identidades se confunden los rostros se funden en pantalla. Como en el ánima de los persona(je)s que son dos, que son una.

La he visto en dos ocasiones. En ambas experiencias me saltan los paralelismos, resonancias con El espejo (1972) de Tarkovski. Aseguraría que ésta última significa para la historia del cine -como para la trayectoria del soviético- lo mismo que la primera: cine esencial en el más preciso uso del término. Cine que narra "no narrativamente", sucesión de imágenes en desbandada creando a cada cuadro belleza. Cine que narra de forma arbórea, o rizomática si se quiere, siempre apelando a las capas interminables de sentido que elaboran en su espiral visual.

[...]

Bergman ha muerto. Mientras tanto, como suele suceder con nosotros, los aún vivos, no nos queda más que seguir revisando y comprendiendo su obra, antes de dar a la mar del morir donde, se sabe, desembocaremos tarde o temprano. Mientras tanto, continuemos desbrozando lo inagotable, seduzcámonos con los estiramientos, paréntesis, rupturas, brotes, ramificaciones de la narrativa y poesía bergmaniana. Persistamos frente al escenario incendiado de nuestras vidas, como aquel teatro en miniatura de Alexander y Fanny Ekhdal, donde podemos mirarnos honda y claramente.





[Estas reflexiones y notas varias, constituyen fragmentos de un ensayo-crónica en construcción, más amplio y preciso, sobre la obra de este cineasta, y una suerte de genealogía de mis acercamientos erráticos a la misma]

26 jul 2007

Diseño oaxaqueño desde la resistencia


Sobre la Oaxaca de cara a la represión, sobre la Oaxaca padeciendo días funestos, entre la corrupción y mezquindad más voraces. El gobierno más inicuo que se recuerde, uno de las expresiones más despreciables del priismo mexicano, aún presente, pudriéndose y arrasando con todo: presupuestos, tierras, vidas humanas. 26 muertos sin justicia, no se nos olvide. Aquí, en Oaxaca, no está nada resuelto, al contrario el tejido social se desbarranca y la sociedad desconfía de modo creciente de las instituciones políticas, aun peor de los aparatos de disuasión policial y militar. En fin, un panorama infausto, indigno, increíble en México, donde según la propaganda oficial se vive "una democracia sana y pujante", luego de las elecciones más diáfanas de cuantas ha habido (Roger Bartra dixit).

Carteles sobre y desde la Oaxaca dolida y sombría, sobre y desde la Oaxaca avante... Difundan cuanto puedan estas imágenes de "místico gráfico".




23 jul 2007

Presentación del nuevo libro de Ximena Sánchez E. en la ciudad de México:





Se trata de la presentación en sociedad del segundo libro de esta autora. Su novela primera, Sobre todas las cosas (2004), editada por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), tuvo una corrida más bien discreta en librerías -y un premio local de narrativa, "Ignacio M. Altamirano". Ahora, bajo el sello de Tusquets, la prosa poderosa y precisa de Sánchez Echenique tendrá mayor repercusión en sus lectores probables. Siempre interesada en la cultura, cosmovisión, mitologías, ritmos y des-gracias de culturas, en apariencia, muy distantes de México, ha ido construyendo una reflexión significativa de realidades más propias y cercanas de lo esperado. Por ello, me congratula saber de la suerte que empieza a correr su expedición en los avatares del ocio dedicado a crear mundos (im)posibles.

Amiga de años, compañera de charlas, caminatas, comidas espléndidas, lecturas, tardes inacabables, canciones de Cri-Cri, Ximena y su nueva criatura bien valen una visita. Aquí una entrevista de El Universal.

Ojalá puedan asistir y, sobretodo, leerla, descubrirla, dejarse palpar por su decir de otro modo lo mismo. Que su voz narrativa nos aclare, revele algo de lo que, sabemos, traemos adentro.


Jueves 26 de julio, 19:00hr
Casa Poe
Zacatecas 142, Col. Roma

Presentan Vicente Quirarte, Brenda Lozano, Rafael Lemus y la autora


17 jul 2007

Fragmento final, Rainer Maria Rilke

La muerte es grande.
Con la risa en la boca,
somos suyos.
Y cuando nos creemos en la mitad de la vida,
la muerte osa llorar
enmedio de nosotros.


[Schlußstück

Der Tod is groß.
Wir sin die Seinen
lachenden Munds.
Wenn wir uns mitten in Leben meinen,
wagt er zu weinen
mitten in uns.]


De El libro de las imágenes [Trad. Jesús Munárriz] (Madrid: Hiperión, 2001)

9 jul 2007

Les transcribo este pequeño texto sobre un instante y sus resonancias. Quiere ser lo que (no) es: una aproximación a la obra de un artista admirado desde mis experiencias frente a ella, visitas entre el asombro, la luz y el silencio. Ya me comentarán...



Sobre el silencio y la memoria a partir de Mark Rothko

A Beatriz Escalante de Haro

Algunos días acontecen sin dejar constancia, sin un rasgo que los distinga de los precedentes. Otros, sin advertirlo, dejan una impronta creciente. También hay noches que llegan muy pronto, donde la oscuridad desplaza rigurosamente las tonalidades ocres de una tarde nublada. No sé por qué la obra pictórica de Mark Rothko me evoca paisajes celestes, el horizonte de un atardecer enmudecido o la caída de hojas en desbandada. El silencio en todo caso. Su prolífico periodo abstracto, su etapa definitoria y de madurez, me envía a celdas de mi memoria sombrías o diáfanas, pero insólitas en todo caso, no habituales. Rothko, artista estadounidense de origen ruso, recorrió con albedrío jubiloso y azarosa disposición todo el espectro cromático, creando piezas cuya interpretación rebasa lo convencional. Las “manchas de colores” multiformes de los años cuarenta desembocarían más tarde en los espacios rectangulares mono o bi-cromáticos, que lo harían reconocible en el arte del siglo XX. El cuadro como mera superficie de color, donde la mirada del espectador es envuelta y, casi de modo hipnótico, se extravía y desparrama. Mis aproximaciones a Rothko me confirman que el arte de esta época y de las anteriores no ha perdido su capacidad de asombrarnos.

Una muestra pequeña pero significativa de este artista (¿cuándo traerán muestras de trascendencia y envergadura mayor?), proveniente de la National Art Gallery de Washington, se alojó temporalmente en el Museo de Arte Moderno (MAM) de la Ciudad de México. Dos horas bastaron para apreciar con detenimiento las poco más de veinte piezas, entre óleos y acrílicos. En mi recorrido destacaron una escena del metro con personajes espigados, dentro de su etapa figurativa inicial; un corazón palpitante, obra de medianas dimensiones, en donde el naranja y colorado (rojo encendido) empleados por el artista incendiaban casi la sala; un cuadro mitad verde casi azul cobalto y mitad tuna casi púrpura; y otro que invitaba, gracias a sus luminiscencias naranjas y blanquecinas, a la meditativa errabundez.

Mi primer encuentro con la pintura de Rothko ocurrió con reproducciones de sus obras en revistas o libros. Ha un lustro, sin embargo, mi conocimiento limitado de su obra se transformó en revelación estética durante un otoño en Londres. Entrar a la Sala Rothko de la –en ese entonces flamante– Tate Modern, fue como haber accedido a un espacio íntimo, lejos de la ciudad, a leguas de distancia del tráfago punzante de la metrópoli y del mundo. Suspendido el tiempo, cual poema de Issa o Valente, hallé reposo mental y emocional y un recogimiento inesperado en aquella sala, a pesar de su inmensidad. Seis óleos de dimensiones vastas (iban de los 1.5 × 2 a los 2.5 × 4.5 metros) de tonalidades ocres, granates, magenta, unos rectángulos casi negros de tan azules sobre una base terrosa. La iluminación susurrante (como lo sugería el artista) precipitaba el silencio entre los asistentes, ruidosos y conversadores en salas vecinas, que aquí parecían experimentar la misma sensación de tranquilidad y arrobo. De ese silencio interno que puede ocurrir también frente al Pacífico chacahuense o algún plano secuencia de Andrei Rubliov (en el lindero móvil donde no es agua ni arena la orilla del mar). Silencio acaecido gracias a la atrayente y enigmática obra rothkiana y a la atmósfera construida. Momento contemplativo memorable. El texto, el paratexto y el contexto confluyeron unitariamente en aquella sala, ejemplo de una curaduría impecable. Aconteció dicha experiencia estética como experiencia de la totalidad del mundo, ya advertida por Gadamer en su opúsculo La actualidad de lo bello.

Una obra de arte es en función de varios antecedentes, cuyos lenguajes o formas en su origen están ubicados en la tradición, entendida ésta no sólo como preservación sino, sobretodo, como transmisión. Algunos lienzos de Rothko me evocan (reiteradamente) el diseño de ciertos huipiles zapotecas del Istmo de Tehuantepec, sobre todo en la configuración de un color base y sobre él un recuadro de otro color, generalmente complementario. Así como ocurre en el arte, también en otras disciplinas: un diálogo con la tradición, con lo ya dicho antes, para expresar de otro modo lo mismo. Entre sus influencias y retroalimentaciones se encuentran incursiones primeras en el surrealismo y el primer Kandinski y Matisse. En la transición, encuentro las combinaciones cromáticas y texturas sobrias de un Morandi. Para su etapa culminante las obras de Barnett Newmann, Clyfford Still, Motherwell y Matisse (omnipresente) son medulares. Pero de poco sirve saber esto, si frente a sus óleos, acuarelas y acrílicos no establecemos una relación lo más directa posible, sin intermediaciones extratextuales, en pos de re-ligar la experiencia estética con la contemplativa, los sentimientos con los estímulos estéticos, la ética con el arte. Por ello, continúa siendo inteligible su obra en la actualidad, pues el arte –la poesía– nos permite ver lo universal en el ser, hacer y padecer humanos. Además, la búsqueda humana de lo divino no pierde ímpetu en ninguna época ni lugar. Rothko y el silencio interno que sus paisajes espirituales detonan lo atestiguan.

Luego de tal experiencia, la ya célebre cama revuelta de Tracey Emin en otra sala de la Tate Modern representó un arrebato creativo carente de sutilidad, aunque pleno de punzante ironía lindando con el manifiesto político. Como coda, dos instalaciones enormes de Louise Bourgeois en el vestíbulo del museo –una de sus arañas desconcertantes– me esperaban antes de salir de la antigua hidroeléctrica a la orilla sur del Támesis que Herzog y De Meuron transformaron espléndidamente. Pero los resabios de la experiencia altísima vivida horas antes no remitían. El arte es un intento de comunicarnos con lo divino, entendido éste como lo inaprensible, “lo fugitivo”, lo incandescente. Han pasado más de cinco años y la luz de aquellas obras palpita, resuena aún en mi memoria quebradiza. La presencia en México de Rothko me permitió evocarla de modo prístino.

7 jul 2007

Y Dios está aquí entre nosotros, María Rivera

Y Dios está aquí, entre nosotros,
muriendo
y yo parto el pan y lo reparto y vierto
sobre ellos sales,

y Dios estuvo aquí, entre nosotros,
muriendo
y yo partí el pan y repartí las sales,
puse sobre nuestra mesa su cadáver
y aun hueso y filamento,
muriendo.

Y corrí sobre la hoja helada del tiempo
resbalando, hace ya muchos años,
mientras,
Dios nacía a cada paso cada bocanada
de un aire imaginario,
y éramos sólo una canción
muriendo,

un golpe de aire o luz o cielo,
un golpe de cielo, azul
pleno, todo golpe,
rendidos sobre el césped,
en el jardín materno,

y era mi madre
un árbol frondoso,
plantado
en el centro de nosotros,

y hay tantos - mira - tantos otros
sembrados en ese mismo tiempo

muriendo.


De Hay batallas (México: Joaquín Mortiz-INBA, 2005)

2 jul 2007

Sin título (2007)

Oaxaca,
verano seco, lluvia estrujada;
días de junio, de julio,
sucediéndo entre el tedio.

Desde que me conozco escribo
sin saber por qué escribo,
escribo sin saber nada
o casi nada de lo circundante,
escribo sin saber hacia dónde caigo.

Tal vez por eso no escribes
(o creas)
me dijo una mañana
una amiga florecida;
por eso no recuerdo
-o advierto tarde-
los hilos que nos mueven.

Quizá por eso no sueño,
no forjo -descreo-, no aguardo

tal vez por ello el insomnio y los tlacuaches tras mi ventana,
el destierro y la sangre.

Vuelvo a Oaxaca y no he dicho nada sobre ella.
Pasan los días y la desmemoria se impone, la inanidad como agravio;
las palabras se disgregan,
plantando la interrupción, el fragmento como camino ineludible.

Oaxaca y mi desvelo, ahí,
abrasando.