Conocí a una mujer que olía a lluvia de verano, que llegó cual marejada, intensa, intempestiva pero acuática, irremisible... Fue ineludible e irrenunciable su mirada. Si de nuevo me topara con ella decididamente la seguiría. Y hasta el fin del mundo [labios de sal, duraznos como senos, manos de hielo, mentón de luna]. Pero era una tormenta y marejada muy joven, pasados los momentos in-tensos de su presencia vino la remisión. La huída, la desparición. Su olvido.
Lo demás es silencio.
Lo demás es silencio.
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