11 ago 2007

Celebrando la honestidad de Günter Grass

Un año ha pasado desde que uno de los principales autores alemanes vivos publicara Pelando la cebolla [(Madrid: Alfaguara, 2007) sus memorias de niñez y juventud], donde cuenta que formó parte de las Waffen SS, cuerpo de élite de las SS, a quienes el tribunal de Nüremberg condenara en masa por crímenes de guerra. Un año ya de la polémica y las descalificaciones se desataron. Ráfaga de detractores aparecieron uno tras otro, unos más exigieron hasta lo ridículo, que le retiraran el Premio Nobel en su haber (si es así, comiencen con ¡Churchill y Kissinger, señores!, esos sí, nada píos personajes).

Pero a la par, se levantaron las voces de sus colegas, hermanos, lectores cómplices. En un artículo reciente ("A soldier once", publicado el 8 de julio pasado, en la sección dominical de libros del The New York Times), John Irving ensaya una sentida apología de Grass y subraya el caracter casi expiatorio de sus tres primeras novelas. A partir de sus lecturas del Tambor de hojalata (1959) y de El gato y el ratón (1961) y de una estancia en Viena durante sus veintipocos elabora dicha reivindicación conmovedora del amigo.

Este post mío sólo quiere compartirles la versión al español, aparecida hace unos días en el porteño El clarín.

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"Polonia está perdida, pero no para siempre; todo está perdido, pero no para siempre; Polonia no está perdida para siempre".

El protagonista de la novela, Oskar Matzerath, se niega a crecer. Como sigue teniendo el aspecto de un niño -chico y en apariencia inocente-, puede mantenerse al margen de los acontecimientos políticos de los años del nazismo mientras los demás mueren. Como le advierte a Oskar la enana Bebra: "Preocúpate siempre de estar sentado en la tribuna y nunca de pie ante la misma".

Oskar puede sobrevivir como una persona pequeña, pero no evade la culpa. Arrastra a su madre a la tumba, es responsable de la muerte de su tío (el padre biológico de Oskar) y hace que su presunto padre se ahogue con su emblema del partido nazi mientras los soldados rusos ametrallan al cornudo. Al terminar la guerra Oskar vuelve por fin a crecer, en un vagón de carga. Tiene un talento innato para tocar el tambor y se presenta en un club nocturno llamado "El sótano de cebolla", donde los invitados pelan cebollas para llorar. Pero Oskar Matzerath no necesita cebollas para llorar: le basta con tocar el tambor y recordar las muertes que presenció. "Bastaban unos pocos recaudos especiales para que Oskar se deshiciera en llanto".

El tambor de hojalata fue la novela más aclamada de la Alemania de posguerra. La negativa de Oskar Matzerath a crecer se convirtió en un símbolo de la culpa del país. En el penúltimo párrafo de la novela, que se extiende una página y media, se menciona "el jugo de cebolla que arranca lágrimas", apenas una de una larga lista de imágenes memorables.

En esa extraordinaria primera novela -que se publicó en 1959 en Alemania-, el propio Grass parecía tener mucho que expiar. En El tambor de hojalata, la voz siempre se relaciona con la expiación a medida que pasa una y otra vez -a veces en la misma frase- del narrador en primera persona a la narración en tercera persona. Pero Grass nació en Danzig (ahora Gdansk) en 1927. Tenía diez años cuando se incorporó a la Jungvolk, una organización que alimentaba a la Juventud de Hitler. Era apenas un soldado de diecisiete años en 1944, cuando los estadounidenses lo hicieron prisionero. (En la actualidad, el inglés americano de Günter sigue siendo mejor que mi alemán, cuando nos encontramos hablamos sobre todo en inglés, con ocasionales incursiones mías en el alemán.)

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