5 sep 2006

En Oaxaca siguen tejiéndose las tramas de la vida nacional:

Sobre las barricadas, música, el estado de sitio mental y la luz

El sur como una larga,

lenta demolición.


El naufragio solar de las cornisas

bajo la putrefacta sombra del jazmín.


Rigor oscuro de la luz.


Se desmorona el aire desde el aire

que disuelve la piedra en polvo al fin.


Sombra de quién, preguntas,

en las callejas húmedas de sal.


No hay nadie.


La noche guarda ciegas,

apagadas ruinas, mohos

de sumergida luz lunar.

La noche.

El sur.


José Ángel Valente

Barricadas

Cuando la noche se levanta y se adensa, intangible, comienza el insomnio de este sitio. Mientras unos se refugian, temerosos, en sus encierros de bardas electrificadas o en sus casas precarias en las faldas de un cerro, otros salen a las calles espontáneamente para cortar el paso a aquellos comandos armados que han derramado sangre de civiles. Centenares más se concentran en cada una de los plantones desperdigados en toda la ciudad y alrededores. Semana y media en que sectores movilizados de la ciudadanía han impuesto un estado de sitio de facto. Paradoja del siglo XXI, los habitantes de un lugar levantan múltiples barricadas nocturnas como autodefensa frente a los aparatos represivos del Estado fuera de toda ley. No son vecinos integrantes de algún grupúsculo politizado o estudiantes de la Sorbona en el París de 1968, son ciudadanos ordinarios que decidieron que por su calle, al menos, no pasarán los convoyes terroristas.

Regresar a casa más allá de las once de la noche se torna laberíntico. No podría calcular cuántas barricadas surgen cada noche, pero salvamos por lo menos quince para recorrer cinco kilómetros (del centro al norte de la ciudad). Tenemos que circular en contrasentido sobre una de las avenidas principales. Y esto en un cuadrante reducido de la ciudad. Si estimamos las decenas de colonias, no resultaría una cantidad menor.

Mientras a nivel nacional ya se desnudan las estrategias de conveniencia entre los gobiernos estatal y federal, la gente no cae ni decae. Mientras en cadena nacional un inserto pagado anónimo (seguramente con nuestros impuestos) exige la “actuación de las fuerzas federales” en Oaxaca, la vida trastocada demora sus periplos. Si los días se suceden fugaces, las noches se espesan, como el atole al enfriarse, durante la madrugada insomne de los plantonistas. Centenares de oaxaqueños se relevan para levantar y cuidar las barricadas. Manera sui generis de transformar la calle, de retomar el espacio público para sí, de esas calles y esos espacios públicos dañados por las labores insultantes de gobierno. Barricadas que se erigen, sobre todo, en contra de los brazos aviesos de la guerrilla urbana comandada por Ulises “el ruin” o comandante URO, desde su despacho en la ciudad de México. Ya un colega corroboraba que, en efecto, en Oaxaca actúa una guerrilla urbana: los cabecillas se encuentran a salto de hotel operando, desde dónde organizan sus próximos ataques sorpresivos y cobardes. Paradoja mayor de este país latinoamericano: una guerrilla urbana dirigida por el gobernante “constitucionalmente electo” e integrada por policías (entre ellos –no lo dudemos– algunos sicarios de narcos), porros, delincuentes comunes –a los que les pagan 500 pesos por desmán–, en contra de ciudadanos armados de coraje, empecinamiento y tubos y piedras. Sobra decir que esos comandos han realizado sus “operativos de limpieza de vialidades” con impunidad lacerante.

Varios oaxaqueños se recluyen en sus burbujas territoriales y mentales, se refugian de los “vandalismos” de los emisarios de la reacción gubernamental que ellos creen (gracias a la desinformación y manipulación de los medios cómplices) provenientes de la parte insurrecta. Se trata de esa clase media (de amplio espectro) preocupada por sus bienes y medios obtenidos con denuedo, que teme perderlos si el estatus quo es cuestionado. De esa clase media indiferente y apática, tan cómoda (y respetable) en su posición (a)política. De ellos provienen los llamados a que el conflicto termine ya, sin decir irresponsablemente cómo ni bajo qué circunstancias. Esto da justificación al gobierno estatal y federal para la represión que se ve venir.

Oaxaca duele y nos duele. La descomposición social, de por sí ya presente, se ahonda y edifica de modo imparable. Mientras tanto la indiferencia continúa de modo infortunado. A la espera. En México como es habitual siempre llegamos tarde a todo, a la espera de que sea demasiado tarde. Mientras tanto, la manipulación e ignorancia informativa se propagan. Y los medios televisivos y radiales imponen a diario la percepción falaz de “un grupo minoritario que tiene secuestrado a la sociedad”. Irrisorio intento de descalificación. Contraproducente y peligrosa la reacción gubernamental, si piensa actuar basada en tales infundios, no dudemos que su “solución de fuerza” (que nunca, jamás, es una solución) resulte más incendiaria y atroz, desatando impredecibles derroteros en la movilización ciudadana.


Música como solidaridad, como compañera

Cuatro músicos llegaron a la ciudad, desembarcaron primero en una de las estaciones tomadas por el movimiento social. Leon Chávez Teixeiro y los pacientes (o prófugos) del psiquiátrico ahí interpretaron varias canciones de su autoría. En todo el estado pudieron ser escuchados León, Paco Barrios, “el Mastuerzo”, Mauricio Diaz “el Hueso” y Kátsica Mayoral. Cuando desperté, aparecieron en la sala de mi casa. Al día siguiente en excursión de aprendizaje, de radio en radio compartieron su voz, su ánima, su sensibilidad e inteligencia. Si un movimiento ciudadano llama la atención de aquellos concientes de la injusticia y el dolor, la ineptitud y tiranía de un gobierno como el oaxaqueño, es promisorio. La noche, la tenacidad de estos músicos y el fluir de sus guitarras y percusiones se conjugaron en un periplo que terminó al amanecer. Habían ofrecido con humildad y contundencia su solidaridad sonora, sus palabras reconfortantes, su creación. Antes de irse de la Oaxaca de las barricadas corroboraron que “el gobierno por sí mismo, el medio elegido por el pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de originar abusos antes de que el pueblo pueda intervenir” (descrito por Henry D. Thoreau siglo y medio atrás), y el repudio a esto es el motor de este movimiento democratizador sin parangón. Se va la vida siempre, aunque a diario nos sorprende y conmueve.


Epílogo: signos nefandos sobrevuelan el cielo oaxaqueño

La contrainsurgencia gubernamental reitera su hipócrita disposición al diálogo. La aparición de un supuesto grupo armado en la sierra Norte de Oaxaca (el 31 de agosto de 2006) es una treta más para desacreditar y reforzar en cierta opinión pública nacional la necesidad de una ofensiva policiaco-militar de gran envergadura. Cualquiera mínimamente informado de la historia y composición social, política y cultural del estado de Oaxaca, sabría que en dicho territorio es prácticamente imposible la presencia de grupos armados: son territorios mancomunados donde no han logrado contener con éxito la entrada de la tala clandestina, el narcotráfico y por supuesto, cualquier grupo armado. Hasta en eso es burdo y estulto el gobierno estatal (si es que el Cisen y la Secretaría de la Defensa no están involucrados). Un grupo armado es creíble en la sierra Sur, donde el narcotráfico, el ejército y talamontes mafiosos han impuesto desde años su presencia conjunta. Insistimos, se trata del manual de contrainsurgencia que no han dejado de seguir: golpes mediáticos y desinformación para justificar el uso de la fuerza pública para restituir el estado de derecho. Si no lo creen, sólo recuerden lo que ocurrió en Atenco. Si en cadena nacional, las televisoras no nos hubieran bombardeado hasta la náusea (durante más de 48 horas), las mismas imágenes de un policía inerme golpeado irracionalmente por la turba, no hubieran podido justificar la represión excesiva y el terrorismo estatal que siguieron.

¡No a la corrupción política y social, no al silencio, no a la indiferencia!


Lucas Rojo y Juan Pablornz.