29 ago 2006

Sobre las barricadas, el estado de sitio mental y la luz

El sur como una larga,

lenta demolición.

El naufragio solar de las cornisas

bajo la putrefacta sombra del jazmín.

Rigor oscuro de la luz.

Se desmorona el aire desde el aire

que disuelve la piedra en polvo al fin

Sombra de quién, preguntas,

en las callejas húmedas de sal.

No hay nadie.

La noche guarda ciegas,

apagadas ruinas, mohos

de sumergida luz lunar.

La noche.

El sur.

José Ángel Valente

Cuando la noche se levanta y se adensa, intangible, comienza el insomnio de este sitio. Mientras unos se refugian, temerosos, en sus encierros de bardas electrificadas o en sus casas precarias en las faldas de un cerro, otros salen a las calles espontáneamente para cortar el paso a aquellos comandos armados que han derramado sangre de civiles. Cinco días en que sectores movilizados de la ciudadanía han impuesto un estado de sitio de facto. Paradoja del siglo XXI, los habitantes de un lugar imponen múltiples barricadas nocturnas como autodefensa frente a la reacción gubernamental fuera de toda ley. No son vecinos integrantes de algún grupúsculo politizado o estudiantes de la Sorbona en el París de 1968, son ciudadanos ordinarios que decidieron que por su calle, al menos, no pasarán los convoyes terroristas.

Regresar a casa más allá de las once de la noche se torna laberíntico. No podría calcular cuántas barricadas surgen cada noche, pero ayer tuvimos que salvar por lo menos quince para recorrer cinco kilómetros (del centro al norte de la ciudad). Sólo logramos llegar al recorrer en contrasentido una de las avenidas principales. Y esto en un cuadrante reducido de la ciudad. Si estimamos las de las colonias restantes, no resultaría una cantidad menor.

Mientras a nivel nacional ya se desnudan las estrategias de conveniencia entre los gobiernos estatal y federal, la gente no cae ni decae. La vida trastocada demora sus periplos. Si los días se suceden fugaces, las noches se espesan, como el atole al enfriarse, durante la madrugada insomne de los plantonistas. Centenares de oaxaqueños se relevan para levantar y cuidar las barricadas. Manera sui generis de transformar la calle, de retomar el espacio público para sí, de esas calles y esos espacios públicos dañados por las labores insultantes de gobierno. Barricadas que se erigen en contra de los brazos aviesos de la guerrilla urbana comandada por Ulises, “el ruin” (o comandante URO), desde su despacho en la ciudad de México. Ya un colega corroboraba que, en efecto, en Oaxaca actúa una guerrilla urbana: los cabecillas se encuentran a salto de hotel operando, desde dónde organizan sus próximos ataques sorpresivos y cobardes. Paradoja mayor de este país latinoamericano: una guerrilla urbana dirigida por el gobernante “constitucionalmente electo” e integrada por policías (entre ellos alguno que otro sicario de narcos), porros, delincuentes comunes –a los que les pagan 500 pesos por desmán–, en contra de ciudadanos armados de vejaciones añejas, coraje, tenacidad y palos y piedras. Sobra decir, que esos comandos han realizado sus “operativos de limpieza de vialidades” con impunidad lacerante.

Oaxaca duele y nos duele. La descomposición social, de por sí ya presente, se ahonda y edifica de modo imparable. Mientras tanto la indiferencia continúa infortunadamente. A la espera. A la espera de que el rechazo salga de las gargantas de los que aún no se manifiestan. La luz emanará desde el sur, desde los infatigables pasos de esta movilización ciudadana insólita que dejará impronta larga.

¡No a la corrución y autoritarismo políticos!

¡No a la indiferencia y el silencio!