27 ago 2007

La voz pesarosa y efusiva: sobre la poesía primera de Ingrid Solana V.

En mi infinito, no cabe más que una herida.
Antonio Porchia

De tiranos, como es habitual en los poemarios primeros (con las excepciones de rigor), muestra las posibilidades y las taras de la enunciación actual de su autora, trasluciendo un decir en potencia y en despliegue. Una autora, sin duda, en busca de una voz, de su voz. En él, elabora una exploración estética y a la vez ética de esa contemporaneidad por todos vivida; época de fisuras palpitantes, urnas, alfileres, amores coagulados. Construye una serie coherente de poemas en clave funesta, delineando una ventana a paisajes lancinantes.

Conformado por 33 poemas, De tiranos posee, según mi lectura, varios “decires” en contrapunto. Formalmente está dividido en un poema en verso seguido de otro en prosa, casi en todo su desarrollo. Nos presenta, por un lado, la reflexión en torno a la creación poética (en extensión a cualquier suceso creativo). Por otro, devela a la enfermedad como metáfora. Y, envolviéndolo todo, visita los lindes del amor –y su eros– dislocados. En síntesis, los 33 poemas breves versan sobre el ethos y pathos contemporáneos, consiguiéndose un conjunto afortunado. 33 poemas que hablan de la imposiblidad, en estos tiempos tiranos (tiránicos), de la creación y sus des-velos; dicen del fragmento como sustancia; de los tiranos que todos llevamos dentro, del tirano que, en mayor o menor escala, somos; de la voz en pos de la escritura que, a su pesar, también se vuelve despótica.

De tiranos, un primer libro singular abre su exploración poética con una afirmación en apariencia contradictoria:


No estoy escribiendo un poema
mi mano dibuja involuntaria
no escribo letra
palabra
nada


La escritura como imposibilidad, como vacuidad irredimible, como “silencio hinchado”. En el siguiente poema insiste: “ausencia/ de página blanca”. Dos versos pesarosos con los que Ingrid Solana subraya uno de los leitmotiv discernibles de su libro, la afasia enunciativa del ahora, nuestra incapacidad para trastocar, reinventar a fondo el mundo que padecemos. Descubrimos, entonces, una voz que se afinca y ramifica pese al dolor, el desgarramiento, la vanidad imperantes.

Tirano es el sustantivo llave del poemario. El título anuncia lo que vendrá: una sucesión de objetos punzocortantes, de úteros enfermos, de amores en esquinas, de trituradores, de casas como “incendios breves”. Para Solana Vásquez todo la realidad es avasalladora, despótica, subyugante; el yo poético denuncia su hipocresía, sus futilidades, los fuegos de artificio con que pretenden imponerse guerras, costumbres, modas; lamenta las fresas y tulipanes consumidos por la complicidad y la postración que hiende la piel nuestra (y la del cuerpo del poema).

El ámbito amoroso es, según mi lectura, el eje del poema. Un ámbito, por si faltara, punzante y agobiante. Aunque reconocido su espacio de asombro y acicate de la creación:


Me besabas con tu boca de triturador. Me escribías esas cartas largas de tremendas agonías. Me mirabas con esos ojos alfiler y yo dejé de pertenecerme. Tu casa seimpre fue un agujero doloroso. Estaba exiliada de la vida …



Percibo que no sólo inquiere en la (im)posibilidad de la escritura sino también de la aparición de lo amoroso (aunque desde las imágenes poéticas se convierten en la posibilidad plena). Aunque, y repito, las palabras choquen contra el suelo, se oscurezcan y revienten oídos. En otro poema sostiene:


… cuando sueño contigo estoy despierta y tirana. Me aprieto contra ti para ser tú y no dejarme.



Para cerrar abruptamente, y volviendo a la cifra 33, diré que los treintaitrés coinciden con la edad, que dicen, vivió Jesús, el Cristo. Los 33 a los que murió. Los 33 en que el yo poético de Altazor afirma haber nacido. Referencias no gratuitas. Las referencias a cierto imaginario cristiano es palpable: cruci-ficciones, urnas funerarias, la palabra resquebrajada pese a su aparición, la figura paterna y sus sombras. Esto la emparenta llamativamente -salvadas las proporciones- con algunos de los temas recurrentes de Bergman a lo largo de su filmografía. Estos 33 poemas confirman la presencia cierta de una voz enardecida, enfática pero certera en sus hallazgos estéticos, resumidos de modo claro en el último poema, el 33, una suerte de ars poetica inicial:


33.

no me engaña ese veneno mortal de felicidad hipócrita. ese parloteo incesante de mujer hueca. no quiero tus sillas del decoro, cura tu vientre enfermo e inservible con ellas. y digo no a esos pozos vacíos que sólo piensan en cristo y a esas creencias podridas de infancia castrada. y digo no a la suciedad de los ojos de mujer envilecida en frases torcidas, de criatura sin ojos que troza el mundo sin el dolor de los otros. digo no a esos convencimientos débiles de energías retardadoras, de bocas sin mancha, de escenarios tambalenantes y libros indestructibles. el no también es posible, es un llamado invertido a vivir como vivos


Últimos versos que nos dejan (al menos en mi caso) con las ganas de saber más de tiranos, desde la expresión tiranicida de este poemario. Éste último nos permite observar los vicios y defectos de toda escritura incipiente: puntación a veces caprichosa o errática (nunca hay punto final en los poemas, aunque sí punto y seguido), ortografía también inconstante, versos, por lo mismo, cortados que en el mejor de los casos sugieren un decir balbuciente, trepidante y en el peor, mera impericia. Pese a ello, el primer libro de Ingrid Solana, cuya edición desmerece la contundencia y concisión alcanzadas, constituye una tentativa encomiable por asir la elusiva realidad, un modo de nombrarla, resistiendo a la inquietud y al embozamiento. Por suerte, constatamos con él que la palabra aún dice y, sí, posibilita otro modo de ver y de expresar (gracias Bonifaz) de otro modo lo mismo.


Ingrid Solana, De tiranos. México: Literal, 2007

[Este texto es una versión reducida del que fue leído el sábado pasado en la presentación del poemario en el IAGO de la ciudad de Oaxaca.]