12 abr 2007

Ha tiempo escribí el fragmento-carta siguiente. Surgió luego de un malentendido (¿cuándo no?) y extravío míos. No sospecharía que lluvias posteriores podría retomar cabalmente el sentido de su origen: lamentación por la ausencia, el abandono, que crece ahora, cual hierba lozana, en mi corazón de piedra. A, para, desde, hacia B., que sabe de mí hasta lo insospechado, a quien no he logrado comprender...



Esa mujer que lloraba en mi cuarto

¿era el recuerdo de un poema
o de uno de los días de mi vida?

José Ángel Valente

Esta tarde anochecida quiero presentarme con toda mi patética desesperanza e inquietud, con mis pocas virtudes y júbilos. Yo y mis sueños devenidos expediciones trepidantes. Mis autoimpuestas imposibilidades y mis miedos originarios. Lo contingente en suspenso. Esta tarde le entrego unas palabras, apenas balbucidas, de mi ánima. Tuve que partir para recoger los pedazos que me conforman, desperdigados entre el hastío y mi inanidad. Recuperarlos -y recuperarme- para volver si es posible y si el azar y la voluntad no imponen otros oleajes.

Me duele ya no mantenerme a la suerte de nuestras manos como enredaderas, al destino de nuestras piernas enraizándose. Irremediable que nuestros andares se hayan fragmentado, ya iluminarán otras sendas. Pero más vale la memoria que el olvido enardecido. Ambos presentes, ambos, también, ausentes. Y no dejaré de evocar nuestra risa primera, confundidos nuestros fluidos, nuestros sentidos fusionados. Su mirada negra, casi negra, mirando el mar, esa línea indiscernible entre los azules cobalto, múltiples, inabarcables. Cómo podría olvidar sus pies, su bellísimo cuerpo, plena, dominando el escenario a cada trazo y caída. Cómo olvidar mi boca sorbiendo la savia de su piel, el magma de su vulva, infinito inefable. Imposible separar de mí las largas caminatas por calles y cerros, por mundos insólitos y ciudades remotas. Cómo decirle que Laurie Anderson no hubiera deslumbrado igual sin su presencia, también Marcel Marceu. Cómo lograr que no olvide como yo no olvido. Cómo decir con las imperfectas palabras el ilimitado y profuso amor que le cultivo. Cómo, cuándo y dónde, dejar constancia del vivo amor que riego en el jardín.

¿Dónde -dígame- dejamos ese espacio, dónde? El espacio que nos vio nacer, ramificarnos e indeseablemente desesperar. Ese espacio que vio nuestra piel y sombra. Con perdón de mi querida Coral, ¿dónde lo dejamos ahora, dónde dejamos ese jardín?

2 Comments:

Blogger Lamusadeloko said...

Simplemente hacerte saber de lo maravilloso que me fue leer estas palabras

2/6/07 19:02  
Blogger Lamusadeloko said...

Simplemente hacerte saber de lo maravilloso que me fue leer estas palabras

2/6/07 19:02  

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