25 feb 2007


Mis avatares y experiencias nicaragüenses me han conmovido, de modo inevitable me llevan a pensar en la unidad deseable -pero cada vez más difícil en la política- entre los pueblos mesoamericanos. De la región hemos traído recuerdos entrañables, algo de ron y mucha y buena poesía, hemos estrechado amistades, conocido otras voces y atardeceres, incluso más interminables que los mexicanos. Corroboro que Nicaragua es un lugar donde la lava no solo proviene de sus múltiples volcanes sino de la palabra, la palabra de sus poetas de fuelle, unos ya idos, otros en plena exploración. Palabra removida y recreada a diario. Palabra en ciernes, palabra que madura, sorprendente y llena de sentido el espacio que transcurre.

Como muestra de la salud que goza (y ha gozado) la poesía nicaragüense un poema de Ernesto Mejía Sánchez, uno de los intelectuales de gran envergadura que de Nicaragua han sido y se han ido. Vivió la mayor parte de su vida en México, donde escribió el grueso de sus obra poética y crítica y maestro de maestros en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.


El extranjero

Estuve entre los míos y los míos no me conocieron,
procuraron borrarme y oscurecerme, me quisieron
negar el breve amor del mundo, el corazón libre
y abundoso. Familia, yo os odio, como al espejo
que me refleja deforme o engañado. Familia:
dulzura y cobardía. Mi alma se afiló como vuestro
roce, pero no pudo alumbraros con su luz. Yo me alcé
con mi amor contra toda tiranía, me robé una criatura,
amada e imperfecta como la patria. Desde hoy
en parte alguna soy extranjero. Yo la recibí
opaca y deslucida, pero la frotaré con mi alma
para que brille, para verme al fin como soy:
sé que soy un menigo, a los treinta años de mi edad.
Orgulloso como un mendigo, pobre pero libre.



Como contraparte, la poesía en irradiacón temprana de Alejandra Xóchitl Sequeira, poeta jovencísima que ya nos deletrea el sentido y la forma de la vida desde sí misma. Desde sus andanzas y lecturas de Plath, Pizarnik y Cortázar nos saluda sombríamente:


Soledad


La verdad llega con el tiempo.
Quien me espera:
no existe.


Lo que debo decirle a un muerto en vida

El tiempo es de alquiler en esta pieza
y no entiende de prórogas
en un pasillo de ventanas cerradas
no hay más. No busques.

desnudo y ajado tu cuerpo
enajénalo por completo.

La locura ¿mujer o monstruo?
La vida ¿proxeneta de la muerte?
Ya lo sabes, todo es un engaño
auséntate
hasta de tu propia muerte.

(De
Quien me espera no existe, 2006)



Salud, luz y poesía. Qué viva Nicaragua y su palabra errante y floreciente. Agur.