20 dic 2006

La literatura es una mis aficciones más caras. Como lector le he dedicado muchas horas, ojos demasiado cansados y nalgas muy planas. Primero leía cuanta enciclopedia tuviera a mi alcance [de la Reader's Digest a la Hispánica (versión reducidísima y chafita de la descomunal Britannica, tan descomunal como Lezama Lima, quien -cuentan- devoró el mundo a través suyo)]. Llegué al exceso de leer el directorio telefónico, en lugares que no ofreciecen lecturas más gozosas. Todo por "ese desenfreno que es la lectura", en palabras de Michon. No llegué a la Salvat o alguna otra inabarcable "donde se resguarda el conocimiento de la civilización". El azar y un paso no tan fugaz por la universidad marcaron mis búsquedas literarias, y ésta última deformó mis gustos. Aun así, mi deambular por lecturas diversas me ha abierto al descubrimiento y al juego.

A pesar de que, de nuevo con Michon, el afán humano de abarcarlo todo, de saberlo todo, de aprenderlo todo se impone como uno más de los lastres de la sociedad de consumo del lado del conocimiento, como una lujuria infatigable, la lectura (y de repente la escritura) continúa llenando minutos, horas y noches largas de mi vida de cinco lustros.

Aquí estoy pergeñando extravíos mediante los impulsos eléctricos que mueven mis manos que aprietan los pequeñas y suaves cuadros de plástico del teclado. Aquí estoy desvelándome por nada y por todo, intentando decir que digo que pergeño no sé qué. Aquí estoy, si llegaran a soportar estas líneas, agotando toda posibilidad de azar y realidad. Mientras me emboto frente a esta pantalla (y me deformo las muñecas con el ratón y el teclado) la vida pasa afuera, afuera de esta habitación. Acontece y yo aquí, mareado y estulto, sin decir nada más que describir mi nulidad, disfrazada de lecturas ingentes, de conocimiento finalmente inútil, de vida negada.

Todo cuanto pasa pasa.
*
El acontecimiento sólo como accidente acontece.


Aquí suspendo mis insomnios y los abraso con mi silencio
con mi ausencia,
con mis puntos suspensivos