9 jun 2006

Viñeta oaxaqueña: "Dicho y hecho"

Un cuarteto de policías se resguarda del sol de mediodía bajo la sombra efímera de los muros altísimos de una construcción colonial. Para acompañar el descansito y humedecer sus entrañas, algunos beben con vehemencia refrescos bien fríos, otros, agua embotellada. Al grupo inicial se suman cuatro más, visten significativos uniformes gris rata. Se hallan en la esquina de una gran plaza cercada por flamboyanes reventando sus nubes rojas de mayo. Charlan animosamente sobre su ignorante y penosa existencia (quizás), sobre su trabajo infame (a lo mejor) o sobre banalidades (lo más seguro), tanta cháchara llama la atención de los demás, ciudadanos honestos que, sentados bajo la sombra natural, vemos el espacio transcurrir.

Tras minutos generosos de esparcimiento, deciden con parsimonia retomar sus caminatas –rondines las llaman–, para guardar y hacer guardar la ley. De su reunión ha quedado un rastro: un cuerpo sinuoso, semicilíndrico, de plástico petrificado, en el resquicio de una pared de cantera amarillenta. Curiosamente, ha sido abandonado, pobrecito, por el único que utiliza –a la usanza de los fascistas italianos– uniforme y botas negras, sudados con profusión, apuesto. A saber por qué la diferencia. En su retirada es interpelado por algún comedido ciudadano, "ha olvidado algo, oficial". Éste parece no escuchar y aprieta la marcha junto con su compañera. La voz repite la oración con mayor fuerza y capta la atención de la mujer policía que, a su vez, detiene los pasos del de negro. Al señalársele el objeto olvidado hace un gesto desdeñoso, como expresando ' no, ahí está bien', o 'no, ya no es mío'. Entonces, la misma voz, desde muy adentro, le espeta: "¡tirar basura es una falta administrativa!, como bien sabrá". El rostro intensamente moreno del policía se tuerce, un rictus espontáneo lo descompone, dotándolo de un carácter aún más mecánico, tieso, a tono con su corte capilar de infaltable copete. Sólo alcanza casi mudamente a murmurar, "ahhh, ¿sí?". Desanda los veinte pasos y recoge la botella ubicua, pobrecilla solitaria, que recién ha dejado a la intemperie. La expresión tensa de sus hombros es elocuente. Mirará unos momentos a quien lo importunó y no balbucirá más, no podrá decir nada más. Con el rabo entre las piernas, alcanzará a su colega, perdiéndose en el fondo de la calle que se extiende profundamente seco y calcinante.

Otra voz, testigo de la escena buñueliana, manifestará festiva, "muy bien dicho".