31 jul 2008

De la última vez que escuché a Alejandro Aura

La última vez que escuché su voz fue en San Agustín Etla, un hermoso pueblo cercano a la ciudad de Oaxaca. Era otoño del año pasado. Comíamos con él -quesadillas y tlayudas- el grupo de jovenes poetas de El bosque sin senderos (taller planeado y dirigido por maese Ernesto Lumbreras). Conversamos, luego del término de la última sesión del fin de semana poético de Oaxaca y su lancinate presente. Recuerdo que no acabo sus alimentos no sé si por disgusto o por no tener más hambre.

Dos días anteriores había hecho gozar a los reunidos en una sala del IAGO, uno de los notables espacios culturales de la ciudad. Con su natural histrionismo y desenvolviendo su capacidad vocal generó risas, sonrisas y supiros a más de uno y una. Sus poemas eróticos fueron celebrados. Estuvo parado toda la sesión rompiendo l aseriedad e inmovilidad escénica de una lectura de poesía convencional... Del todo atípico su gesto, se ganó a los asistentes.

Ya en el taller la perspectiva fue distinta. Aura, notablemente disminuido su ánima logró trasmitirnos un puñado de destellos. No sé si fuimos el último pero sin duda de los últimos talleres que dio en vida.

Se ha marchado, luego de partida de ajedrez, ardua y fatigante, con la muerte con rostro de cáncer. Esa palabra grave de irradicación insospechada. Sin duda, buena parte de su poesía, (ahora será el momento, así es deseable o indeseablemente, cuando un autor muere) será revalorada, ya que en los circuitos críticos del establishment no goza de positiva recepción. Al tiempo. Con lectores cuenta y seguirá contando, lo demás no importa.

¡Agur y buen viaje!