11 oct 2007

Un día en la meseta enferma

Este día comenzó la tarde anterior; con "Saxo", un poema de Xóchitl Sequeira en voz de la autora, que dice: "Al igual que el jazz, el amor no se creó, se hizo". Proferido frente al mural de Rivera "Un domingo en la Alameda", fue el último en una lectura compartida de poesía latinoamericana. De ahí, partimos hacia el hotel de Alejandra X, joven poeta nicaragüense, donde recogería un suéter que la cubriera de la noche que ya soplaba por Eje Central.

Decidimos cenar en La Pagoda, una cafetería otrora china, donde sirven unas enchiladas elocuentes. De la calle Cinco de mayo, luego de llegar Pablo Viernes, terminamos bebiendo el resto de la noche en El Covadonga, un bar de la colonia Roma. Ahí nos esperaban Rocío G, Natalia T y Ernesto L. Después de hablar de la poesía de Coral Bracho, y la afirmación nietzcheana frente a la marginalidad vital de Benjamin con Rocío y Pablo; charlar con Ernesto de su desventura oaxaqueña y las decisiones erráticas de la burocracia cultural; y escuchar de pronto los frívolos asertos de Natalia, nos fuimos a dormir A, P y JP al departamento del segundo. Como no floreció l'amour a trois sólo fumaríamos tabaco y mota antes de decir buenas noches.

A la mañana, un desayuno no tan frugal que incluyó huevos a la mexicana nos levantó de la tibieza de las sábanas. En camino a la UNAM, donde Pablito estudia su maestría, vimos Alejandra X y yo la ciudad de horizontes indefinibles a los pies de un automóvil, cuando encima del segundo piso y sus usuarios clasemedieros transitamos. Ya en Ciudad Universitaria, caminamos con desenfado por los pasillos de la Facultad de filosofía y lepras (donde me topé con Josu L, mi abandonado asesor de tisis), recorrimos la Biblioteca Central y nos acostamos un rato en el pasto de alguno de los muchos jardines de esa universidad. Hacia el mediodía fuimos al sitio donde nos reuniríamos de nuevo con Pabs, la sala Julio Bracho del CCU, donde Masaya llegaría también. Se exhibía Stellet Licht (Luz silenciosa, 2007), la más reciente película de Carlos Reygadas. De ella hablaré en otro espacio y momento, aunque sólo diré que es su obra más redonda y contundente hasta el momento. Un filme de ritmo demorado, secuencias extraordinariamente bien compuestas y una luz que palpita más que el silencio. Al término de la proyección, Reygadas, acompañado del actor no-actor principal, contestaría durante una hora las preguntas del público más alelado. Luego saldríamos del cine para volver a la luz gris de la meseta.

Más tarde, después de comer a las orillas pestilentes del Metro Universidad, Xóchitl y yo tuvimos que seguir el ritmo somnoliento del metro a las seis y media de la tarde, cuando la gente en torrentes regresa de sus escuelas o trabajos demenciales. Ella debía leer apenas media hora después en una casona del casco antiguo. Lamentablemente ya no llegamos. Y no por el metro y sus habituales paradas a medio túnel, sino por las calles atiborradas, al sur del Zócalo de la ciudad de México. Los comerciantes que todo lo venden e invaden (y sus clientes que somos todos) retrasaron nuestra marcha hacia el museo donde ocurría ya, en ese momento, la lectura poética.

Me despedí de Alejandra X en aquella casa muy húmeda en la intersección de República de El Salvador y Talavera. Caminé, entonces, a Pino Suárez, el metro más cercano, pero antes tuve que recorrer -sin suponerlo- buena parte de Izazaga, una avenida donde a cada metro cuadrado te topas con una puta admirable. Sea grande, delgada, vieja, núbil o anémica, se trata de una sucesión casi infinita de rostros donde -según observé fugazmente- el hastío rezuma. Mujeres que actúan una seducción mecánica y desencajada; trabajo extenuante de múltiples riesgos, pago ínfimo y derechos inexistentes. Rostros en donde se halla cifrado el abismo de México hacia donde vamos y venimos. Sólo a pocos metros de la entrada de la estación, el atronador beat de un reguetón me rebotó de esta realidad y me encaminó hacia estas cavilaciones...

[Continuará este discurrir sin sentido]

1 Comments:

Blogger Pablo Domínguez Galbraith said...

Siempre el relato del paseo es un discurrir sin sentido. Hay cosas que dejaste de apuntar, pero todo olvido es recuerdo, y toda novedad olvido. Me acuerdo de la golpiza que un hombre le própinó a una mujer, quedándonos nosotros absortos y cobardes. Me acuerdo de la mirada enigmática de Xóchitl ante nuestro paisaje urbano, nuestra vida un poco enferma y ensimismada. Esos días de tu paseo por la meseta: fulgores encabritados de la espuma Baudeleriana. Y tú, como Baudelaire, reconoces en la puta admirable a tu hermana, a tu semejante.

22/10/07 14:34  

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