23 sep 2009

Breves variaciones sobre El Espejo


Primero iba a escribir sobre varias de las películas de la Semana de Cine Ruso, loable esfuerzo dentro del circuito de exhibición comercial de una cinematografía escasamente difundida. Finalmente decidí que realizaría la reseña de sólo una: la summa de Andrei Tarkovski.




El Espejo, obra en apariencia incomprensible, es uno de los logros más altos de la historia del cine. Si buscamos una historia convencional, con una narración sincrónica y convencional, nos decepcionará. Si nos entregamos a sus pendulaciones visuales y conceptuales gozaremos frente a una pieza rotunda en su belleza. Una película sobre la memoria y la historia, y el papel de la deconstrucción personal a partir de la evocación y la reconstrucción de los sucesos tanto históricos como sentimentales.


Escenas y planos secuencias se suceden sin orden ni concierto aparente. Fragmentos de piezas de la guerra civil española, se combinan con la de imágenes de la Alemania nazi y la bomba atómica gringa y multitudes chinas durante el régimen de Mao. De pronto secuencias oníricas y evocativas, fantasmales, colmadas de poesía tanto visual como la de los poemas de Arseni Tarkovski, padre del cineasta.

Al final, las transposiciones de planos espacio-temporales y los dislocamientos narrativos nos permiten atisbar el fondo de la mente humana, de su historia muchas veces traumática y dolorida, donde la ausencia de la figura paterna es trascendental. Así, las personas, en el ámbito social, estamos huérfanos de padre, los líderes que 'elegimos' son fanáticos y desquiciados. En casa, el padre nunca está, sólo como un recuerdo y una voz autoritaria y siempre externa, sin presencia clara. En contraste, la mujer es el centro, motor y eje de la historia individual de cada quien y de la historia de las humanidad. Nos recuerda que la guerra es un invento masculino por antonomasia, pues son ellos los que nunca están porque se van a luchar.



Se trata también de un canto que hiende sus aristas reflexivas en los orígenes mismos de los éxodos y las separaciones, del amor y de la muerte. La muerte que todos llevamos dentro pese a nuestra inmortalidad. Por último, y como comienza diciendo la voz del narrador, es tal la realidad que las palabras nunca alcanzan para describirla. La poesía no puede encerrar al mundo, ni siquiera a sí misma.