11 feb 2008

Otra crónica urbanita

A V.

V, L y JP caminaban aletargadamente sobre Avenida Juárez cuando decidieron sentarse en una banca frente a la Alameda, en una de sus esquinas justo donde estuvo un hotel llamado Regis, destruido tiempo ha por un terremoto. Era un sábado cualquiera. Ni un minuto había transcurrido cuando un hombre de cincuenta años, fornido, de ojos brillantes que contrastaban con su piel oscurísima, apareció. Su acento, al interpelarnos, nos informó sin falla de su origen cubano. Paseante como nosotros, muy raudo se puso a conversar, compartiendo un pedazo de cuanto sabía. Autores (entre griegos y -otros- europeos) y demás citas surgieron en plena avenida, con la hilación incesante y coherente de su casi monólogo. Fuimos un auditorio atento y cooperativo. Luego de que V y L le regalaran unas monedas fugaces, continuó su discurrir mental. Una hora transcurrió entre sus reflexiones, risas y cantos repentinos. Filósofo, militar de formación, exiliado en México, este ser (don Joaquín para mayores señas) nos regaló las palabras que quisimos (o logramos) aprehender. Al fin, mientras ya la tarde comenzaba a caer, más pudo el hambre que proseguir su inagotable expresión verbal.

JP y V y L, hermanas del llano grande y mirada profunda, habían acordado encontrarse primero en los túneles del transporte subterráneo, pero finalmente en aquel museo levantado en medio de un plaza enorme en el centro de la ciudad de México, enfrente de una iglesia igual de inmensa llamada la Catedral. Luego de recorrido laberíntico por los alrededores del autodenominado "museo errante" se entraba luego de algunos minutos. Eran las 8:47 horas de ese sábado cualquiera. V y L no llegaban; la impaciencia de JP impulsó a que entrara hacia la enorme estructura de bambú y tensores de acero que diseñó un tal Vélez, arquitecto colombiano de importancia creciente.

Por oleadas dejaban entrar a las multitudes. El espacio levantado en medio de la plancha del Zócalo estaba dividido en tres naves. Las laterales contenían el material fotográfico y las proyecciones de un video breve cada uno. La central, la más alta y amplia, sólo era una suerte de galerón donde se presentaba el documental principal de la exposición en cuestión: Ashes or snow, de Gregory Colbert, un fotógrafo (gringou?) con mucho dinero y tiempo libre.

Un pasillo largo bordeado de agua y las fotografías flotando suspendidas, al borde del agua, en el linde. Impresas sobre papel reciclado, tal vez hecho a mano, las fotografías en sepia, de mediano formato, marcaban su propio ritmo. Fueron apareciendo las imágenes que la mirada de cada uno fue espigando y sellando, unas más que otras, en la memoria.
Lo primero, la huella ineludible del gran primer plano de un ojo de elefante: pliegues múltiples y multiplicantes de su piel rugosa, casi pétrea. Mirada muy adentro desde un ojo pequeño. Todo es grieta, líneas henchidas de condición memoriosa.
Multitud de elefantes al agua, unos fijando su mirada reposada, con sed de siglos en los belfos, en la del espectador (im)probable. Salpicándose, viviendo, recorriendo y llenando el cuadro los grises y sepias.
Niña núbil (14 años) unida a cabeza de elefante. En zoom in, gran primer plano, dos cabezas animales en comunión humana-elefantiásica.
Elefante cuya única presencia es la lluvia que descarga sobre un niño acostado a sus patas sobre el agua de un río posible.
Elefante acostado lateralmente y monje budista leyendo(le) a su lado, sobre agua, entre agua.
Dos elefantes adentro del agua, sobresalen sólo sus cabezas y media trompa, en medio va una barca con dos monjes infantes en ella y hacia ellos…
Gran primer plano: dos rostros, una boca humana, labios de línea delgada, el perfil felino y el ojo de moreno mirar de otro humano.
En alguno de los cuadros cita textual de la creación de la especie,aquel fragmento célebre de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Mano femenina unida a mano de orangután. A oscuras, unos cuantos nanosegundos amtes de la aparición de la luz.

Uno de los comentarios negativos en contra de este proyecto ambicioso, más allá de su cruce entre lo cultural y el entretenimiento comercial, es que las imágenes resultan rebuscadas, de tan premediatadas tanto en encuadre, circunstancias e instantes forzados llegando a ser “demasiado” bellas, entendido, como bello en exceso, palpándose el entramado detrás de los resultados. La obra de relojería es precisa, pese a ello no se elimió al azar, pues aunque un elefante amaestrado y un bailarín naden coreográficamente los movimientos no dejan de ser luminosos…

Lamentable que, dadas sus características de espacio muy difundido mediáticamente, la mayoría de las masas asistentes no se detengan más de 5 segundos en cada fotografía. La gente, cual autómatas urbanos, recorren distraídamente las naves casi sin voltear a sus lados, sólo atenta a la proyección del fondo. Sólo algunos, los menos, se detenían. Así, una chica observó cada pieza de modo atento y demorado, parecía no importunarle las hordas que, luego de su paso maquinal, dejaban unos segundos de calma.

Quizá el ritmo febril de la metrópoli o porque la pantalla, además de su omnipresencia, determina/impone la insensibilización de la subjetividad y la domesticación de los gustos, los asistentes (de todo origen de clase y formación) paseaban indiferentes -en su mayoría- a las imágenes impresas, a la museografía, tal vez no tanto a la iluminación, al entramado geométrico de los techos de cada nave, que es imposible no advertir. V, L y JP luego de observar todo lo circundante en tal lugar (fotos, proyecciones, arquitectura, diseño, curaduría, iluminación), se concentraron en observar a sus congéneres en manada. Para cada uno la vivencia fue peculiar, para muchos era su primera experiencia dentro de algo parecido a un museo, su primera visión de una pieza artística del soporte que fuere, su primera posibilidad de experiencia extética. Tal vez no y en realidad eso no importa.

Esto ocurrió un sábado cualquiera y logro plasmarlo medianamente. Después prosigo con mis anotaciones acerca de la urbe inagotable y sus museos ultrapromovidos de consumo efìmero y masivo, como mucho en este sitio...