14 ago 2006

De la recuperación de la radio y televisión estatales por las oaxaqueñas y para los oaxaqueños



Beatriz Eshar




1º de agosto de 2006. A las nueve de la mañana (horario neoliberal), se dieron cita cientos de mujeres oaxaqueñas y una que otra no oaxaqueña en el espacio en destrucción que antes cimentara la fuente de las siete regiones. Mujeres amas de casa, profesionistas, obreras, estudiantes, madres, hijas… acudieron desde muy temprano, convocadas únicamente por la radio universitaria y por las mismas mujeres en sus colonias y de boca en boca, armadas con cacerolas, cucharones, sartenes y todo tipo de enseres plásticos, de madera y metálicos, para manifestar su repudio y descontento hacia el gobernador del Estado, Ulises Ruiz Ortiz.


En las arrugas de algunos rostros, en la rudeza y descuido que mostraban las manos de las mujeres más viejas, en sus espaldas cansadas y sus voces recias, podía sentirse su fuerza, palparse el coraje forjado a lo largo de muchos años de injusticias, vejaciones e ignorancia. La mayor parte de ellas provenía de las clases más desprotegidas. En sus discursos y consignas pude notar una gran coherencia, un amplio conocimiento sobre el estado de cosas, una enorme humildad exigente, que hoy salía a la calle para demostrar, más allá de su descontento, su presencia imprescindible en la lucha por una vida distinta. Una vida que no reproduzca los modelos establecidos y que no se convierta en una dictadura del pueblo, pues, aunque viniera del pueblo, no dejaría de ser una dictadura.


Poco a poco las consignas se fueron homogeneizando, una a una fuimos tomando nuestro lugar, saludándonos entre todas, con sonrisas y pulgares levantados, como si ya nos conociéramos. Éramos un cúmulo de historias que ahora fluía por un mismo cauce, que ahora formaba una historia única. Una historia que a las diez de la mañana daba sus primeros pasos.


Más de dos mil mujeres marchamos desde el punto de reunión hacia el zócalo, gritando consignas a favor de la lucha del pueblo y en contra del gobierno estatal. Mujeres de todas las edades hicieron visible y patente su hartazgo institucional, su coraje ante la represión e injusta reacción gubernamental, y su fuerza y valentía para demostrar a todos los habitantes de la República Mexicana y del mundo que el puño de la mujer atenta contra el poder y que es capaz de salir a las calles a defender sus derechos y a decir ya basta, ya basta de violencia, opresión, pobreza, enajenación, hambre, corrupción, salarios bajos.


El estruendo de los cacerolazos, las voces de las mujeres al entonar diversas consignas y las mantas y carteles que portaban algunas de ellas, lograron que todas las miradas de caminantes, empleados y turistas se volcaran sobre la marcha y sus luchonas mujeres. Algunos de estos mirones gritaban con nosotras las consignas, otros nos aplaudían, los más nos mostraban sus pulgares hacía abajo diciendo en voz muy, muy baja ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó.


De camino al zócalo, realizamos una parada en el hotel Misión de los Ángeles, donde, supuestamente, ahora sesionaba el salteador Ulises, para recriminarle a él y sus secuaces por todo lo ocurrido desde el brutal desalojo que sufrieron maestros y ciudadanos la madrugada del 14 de junio y por todo lo perdido y adquirido a lo largo de más de 70 años de derecha y neoliberalismo.


Luego de casi dos horas de marchar bajo el sol, muchas ya afónicas, otras un poco cansadas, llegamos al zócalo de la ciudad, donde, luego de vitorear al pueblo y sus mujeres, se abrieron los altavoces para denunciar y manifestar las desigualdades e injusticias sufridas por el pueblo oaxaqueño. Fue en este momento cuando se denunció también a los medios masivos de información y se tomó la resolución de ir al canal 9 (CORTV) y recuperarlo, pues, si como dicen sus spots es el canal de los oaxaqueños, son los oaxaqueños y su realidad los que éste debe mostrar y evidenciar, a lo largo y ancho del Estado.


Gracias al apoyo de ciudadanos conductores, particulares y de transportes públicos, pudimos llegar a las instalaciones del canal, a eso de las 13:30 hrs., y recuperarlo para el pueblo de Oaxaca, no sin algunos conflictos.


Al llegar, sin saber a quién dirigirnos, sin saber a dónde encaminar nuestros pasos, logramos llegar a las oficinas y tratamos de negociar y dialogar con los empleados que ahí se encontraban. Las mujeres que estaban al frente trataron de sensibilizar a los empleados, de influir en sus conciencias, de hacerles ver que esta acción no sólo beneficiaría a los maestros o integrantes de la Asociación Popular Oaxaqueña (APO) sino a todos y cada uno de los oaxaqueños, fueran de la clase que fueran, tuvieran los estudios que tuvieran; cada mujer intentó, en la medida de sus posibilidades, concienzar a los jóvenes empleados. Les preguntamos por los responsables, por las oficinas de los directivos, pero parecían no escuchar. Recibimos de algunos de ellos risitas burlonas, total indiferencia o, de plano, sus espaldas. Nadie respondía nuestras peticiones, ninguno de ellos compartía con nosotras su sentir ante la situación; simplemente se limitaban a guardar silencio. Pedíamos que nos dieran sólo media hora, unos minutos para decir la verdad real no la institucional.


Cuando uno de los empleados accedió a negociar entró a una oficina para luego salir y decirnos que sí nos darían el espacio, pero que regresáramos más tarde, pues nos acaban de cortar la señal. Hasta este momento todo se había desarrollado de manera sumamente pacífica, nadie había gritado, nadie se había exaltado. Sin embargo, la respuesta provocó descontento y, por supuesto, una ola de gritos y reclamos. Con todo, nunca se atacó a los empleados, por el contrario, decidimos dejarlos tranquilos en sus oficinas, mientras nosotras bajábamos y realizábamos una asamblea para discutir las medidas que íbamos a tomar. Al salir de los edificios, los cerramos y formamos guardias para evitar la salida de los trabajadores del canal. En la asamblea decidimos tomar el canal y sus radiodifusoras y plantarnos en sus instalaciones.


Vía telefónica comunicamos todo lo ocurrido a los compañeros de Radio Universidad y a los amigos y familiares. En poco tiempo, ya contábamos con el apoyo de algunos compañeros, que comenzaron a custodiar las entradas y salidas al canal, para asegurar nuestra estancia. Por la tarde, gracias al poyo de los ciudadanos que atendieron nuestro llamado, pudimos comer y dar de comer a los empleados del canal, quienes salieron después de las seis, primero las mujeres y luego los hombres, bajo la supervisión de la Cruz Roja , para dar fe de que se encontraban sanos, salvos y alimentados.


Los compañeros de la radio universitaria y algunos ciudadanos concientes y comprometidos con el movimiento, que contaban con los conocimientos necesarios para echar a andar el canal y las radiodifusoras, lograron encender los equipos y reconectar la señal. Las mujeres tomaron los micrófonos, se aposentaron en cabinas y estudios y comenzaron a difundir la verdad de los hechos en Oaxaca por televisión y radio.


Así, con este insólito e histórico hecho, las mujeres oaxaqueñas dan una lección a todos los hombres y mujeres del país, para recuperar lo que les es propio por derecho constitucional y para poner un alto a la enajenación mediática y gubernamental, que tanto ha influido en estos últimos procesos de lucha y riña electoral. Para muestra, sólo baste decir que además de futbol, cantos y bailes por sueños, dimes y diretes entre los candidatos a la presidencia y cientos de spots publicitarios increíbles sobre los cambios que nos ha traído el más vergonzoso de nuestros presidentes, parece que nada pasa, que nada ni nadie se mueve y reacciona en este país, que la pobreza y la desigualdad no existen, que la falta de educación y miseria no son tan graves, que, en fin, los mexicanos seguimos siendo un pueblo ignorante y agachado que con pan (léase PRIAN) y circo hacemos caso y nos quedamos callados.


El México de los medios no es el México que vivimos ni el que queremos. El México que queremos comienza a renacer hoy en las conciencias de cada uno de nosotros, en cada uno de nuestros actos, en la verdadera toma de decisiones, en la actitud crítica y reflexiva que poco a poco vamos asumiendo frente a nuestra realidad. El México que queremos sólo será posible si nos decidimos, como las mujeres de Oaxaca, los mineros de Michoacán, los indígenas de Chiapas, los comuneros de Atenco, etc., a salir a las calles para decir ya basta y para recuperar la dignidad, fuerza y valentía perdidas.